En las últimas horas se ha comunicado oficialmente lo que los informes de batalla apuntaban en las últimas semanas: El Estado Islámico ha sido aplastado y repelido en Kobanê.
133 días después del inicio del asedio, más de cuatro meses de lucha entre el Estado Islámico y las YPG (llegando los Peshmerga cuando era ya evidente que ISIS no ganaría tan facilmente), un tiempo en el que los fascistas hicieron uso de su más esencial herramienta, el terror.
Decapitaciones grabadas, lapidaciones, esclavitud sexual, ejecuciones en masa, mensajes escritos con sangre en los muros de los pueblos capturados, ataques con mortero a las áreas civiles, conversión forzosa al Islam como alternativa a la muerte, camiones bomba tripulados por un fascista con la misión de llegar lo más cerca posible de los hospitales antes de ser abatido. Todos estos horrores y más son los que ha utilizado el Estado Islámico para tratar de desmoralizar y espantar al pueblo kurdo. Lo consiguieron con algunos de ellos, otros huyeron temiendo cientos de penurias y dificultades cuando no la muerte.
Pero esos no fueron todos, existe en Turquía y Kurdistán una amplia capa de la clase obrera consciente. Con miedo pero también valor, con demasiados años a la espalda soportando la represión del Estado fascista turco con especial dureza. La oportunista traición del imperialismo norteamericano a los kurdos en la guerra contra Saddam a los que prometía salvar de las cámaras de gas, sin olvidar la cruda represión también en Siria e Irán de manos de los que algunos en España consideraban "revolucionarios antiimperialistas".
Hoy, estamos ante un punto de inflexión en la historia del pueblo kurdo, en la historia de la humanidad.
"Sean la esperanza del pueblo, el terror del enemigo"
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